Oh Nuestro toma los restos de mi dignidad y ten piedad de mi alma envilecida de mundo, deshecha en el dolor. Toma este alma arrepentida y sálvame al fín de toda esta incertidumbre enloquecedora, Santo, tomame en tus brazos y condúceme a mi rendición. Confieso haber descreído. Confieso haber estado manipulado por pasiones terrenas y bajas. Confieso haber buscado sentir el placer en la carne y en el exceso. Y hoy mis hermanos me dan la espalda, Padre, y no tengo con quien compartir esta pena tan grande, esta sensación de soledad devastadora que se extiende sobre todos los lugares adonde miro. Hay algo que me desgana y es mi mente que no para de hablar en silencio mientras existo. No puedo sentirme parte de nada, ni entender los comportamientos de la gente que me rodea. Y entonces aparece, como saliendo de un escondite podrido de mi interior, esa voz diabólica que habla suave y me dice: "..." Y es una tensión constante.
Dame un instante de paz. Siento que es el demonio que viene pisando mis talones, correteando, jugando con mis límites. Padre, pero un día voy a llegar al límite, porque lo tengo, porque mi cuerpo humano tiene un límite que difícilmente pueda controlar aunque ponga toda mi voluntad, toda mi fuerza de hombre, en detenerme. ¿Alguna vez sintió esa ansiedad? Ansiedad. No dejes caer en mi otra vil calumnia. Librame del mal, aléjame de mis enemigos... aléjame de los ojos de mis seres queridos. Estoy cercado en el fin... que pronto asimile como una queja. No me dejes caer en mis viejas pasiones de antes.
¿Sabes lo que se me pasa por la cabeza cuando descanso? Veo el rostro del deseo seduciéndome. Y no puede ser mi culpa mientras duermo. Sólo que quiero quedarme ahí, Salve Señor Mío, y sé que no debo desatender mi fé. Entonces me deshago en culpas. En fantasías que tienen sabor a culpa y cuerpo. Hay ciertos humores incontrolables ¿A usted no le pasa, Padre? ¿No siente en el cuerpo esas ansiedades? ¿No le reclama la vida algo diferente, más intenso en ciertos aspectos?
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