miércoles, 26 de octubre de 2011

DESAVENENCIAs (recortes de intimidad familiar)


Es un germen que se te mete por la piel.
Es una criatura casi invisible de color azul
que entró y tomó asiento dentro de mi
para deshacerme.
Ahora mismo el mundo se ha vuelto gris
y todo lo que siento y todo lo que soy
todo lo que me hace creerme separado
de las cosas
se desvanece
y entiendo que soy uno con el mundo
y que estoy viviendo y muriendo con él
que la piel que me contiene
no me separa de todo lo que se me pega
a cada instante
no me separa de todo este universo
que se mueve
como dentro de una piel hecha de estrellas
este universo donde se ha metido un germen
una criatura casi invisible de color azul
que entró y tomó asiento dentro de él
para deshacer...


Como si entendieran algo, Memé. Y es que no. Es que sería imposible que pudieran recorrernos con una mirada, ni siquiera nos alcanzarían con las dedos con los que nos señalan. No podrían ver que entre nosotros existe algo que es como la literatura misma, que cada palabra es como un pasaje de una tragedia isabelina. ¿Se verá desde lejos todo lo que nos decimos cuando nos miramos? Y no quiero, sabés muy bien... no quiero sonar a Bardo. Lo que quiero decir es que hay un sin fin de comprensiones mutuas que ya a esta altura se dan sin más, espontáneamente. Me pregunto si será el tiempo, Memé, si tendrá que ver con Ana, con la playa y los caballos.
Me pregunto si no seré sólo un carcelero que te somete a la más tibia conformidad, a quedarte aunque en realidad te quieras ir tanto como yo.
Aunque no te guste, Memé, estos lazos ya están difíciles de desanudar, aunque Ana ya haya crecido y esté haciendo su vida con aquel, aunque ya no hayan paisajes que nos reunan haciéndonos justicia, haciéndole justicia a esta existencia que es de a dos o que empezó a serlo alguna vez. Por eso no los escuches, Memé, que estoy esperando el próximo barco para partir hacia allá y encontrarte con la puerta abierta de par en par. Entonces me vas a mirar con todo el resentimiento de la espera, con todas las preguntas, esperando que no haya amado a nadie tanto como a vos, que no me haya olvidado de que ibas a estar ahí pensando en que ojalá yo no estuviera haciendo nada que te lastimara, desvelada, Memé. Y yo voy a hacer como si no lo notara...
Me es innoble pero necesaria la manía de no dejarte las cosas en claro. Lamento que así sea, lamento disfrutar que adivines que una noche me fui de putas al puerto cuando en realidad estuve solo y pensando, con la luz apagada y a kilómetros de distancia, en tu habitación, como volando hacia casa, y estuve recostado al lado tuyo, acariciándote el pelo. Te necesité como nunca, Memé, y es por eso la ambigüedad, es por eso que no puedo dejar que descubras que no hay ningún enigma detrás de mi... es porque dejarías de necesitarme, y entonces te verías tal cual sos, y tu belleza brillaría como nunca. Todos los hombres se enamorarían de vos, Memé, si vieran todo lo que yo veo (y vos no ves) en vos. Y vos te dejarías amar como cualquier alma libre, como yo me dejo amar cuando cerrás los ojos allá lejos. Pero si lo hago es porque hay noches de casino en que te imagino riéndote de mi, hablando de cosas que solo vos y yo sabemos, iluminada por una luz roja, orgiástica, gozando sin mi. Y vos que ni siquiera lo imaginás, que me llenás de cartas que nunca voy a responder, que me esperás todas las tardes preguntándote si te sigo amando, si no encontraré a otra de la misma manera en la que te encontré a vos, en la calle, perdida. Y entonces, me odiás con el alma, te tirás a llorar desnuda en la cama que tantas veces compartimos y te deshaces en miserias. Te acordás de mi en cada uno de tus defectos. Sé que pensás que vos me amás más de lo que yo te amo, que a veces pensás que tenés cara de idiota o enferma y que te destroza sentirte tan inadaptada, tan lejos de todos. Sé que estás en una espera constante, que no creés en vos, ni en mi, que me mirás con la extrañeza del desconocido, como si a veces descubrieras un nuevo matiz en mi que te asusta y me hace irreconocible, como si hubiera vivido mucho lejos de vos y eso me hubiera hecho alguien con zonas oscuras en el alma. Y mis viajes son esas zonas oscuras. Eso es lo que significan para vos, son abismos, partes de mi que no tenés ni ganas de conocer porque no se puede, partes de mi que te hacen creerme más interesante de lo que soy. Y no creas que no sé como usar eso para tenerte allá. Vos te das cuenta de todo esto, sabés que te uso como quiero, pero no podes sin mí, me lo gritaste tantas veces de rodillas y después terminamos teniendo sexo vestidos hasta que yo decidiera terminar y te dejara tirada, durmiendo en el piso frío, sintiéndote más sola que nunca.
Hay mucho amor en toda esta enfermedad, Memé, y en esta carta que no escribí y que no creerías. Llorarías de emoción y al fin te reivindicarías ante tantos años de humillación consentida. Me dejarías de creer tan especial.
Ojalá fuera lo suficientemente hombre como para no condenarte a la finitud de mi mundo. Ojalá te dejara volar hacia las grandes cosas y, con todo lo que sos, trascendieras esas paredes que te encierran conmigo a la distancia. Porque yo sigo en ese plan y te voy a ver morir bajo mi ala, porque te necesito más de lo que vos me necesitas, porque te amo y no lo vas a escuchar, te voy a convencer de que no hace falta que te lo diga, de que ese amor se ve en las cosas que hago. Te voy a regalar un libro que vas a leer entusiasmada, porque vas a creer que confío en tu intelecto, Memé, y así vas a escribirme algunas lineas, en tiempo prudente, contándome alguna interpretación maravillosa.





* * *

* * *

Caminé las cuadras que faltaban para llegar como por inercia, sin mirar a nadie, sintiéndome explotar a cada paso. Ahora sí que estaba todo demasiado sucio. Estaba apurada. Pensé que no tendría mucho tiempo para pensar, que habría que ir hasta la obra social a que aprueben los certificados, avisarle al Capitán, que estaría navegando lejos sin siquiera imaginar...
Llegué a casa y no tuve más fuerzas, estaba demasiado...
Primero la carta, avisarle, la escribí de un tirón, llorando, la leí y la volví a leer, la metí en un sobre. Volví a caer en la cama. No sé en que momento llegué a dormirme.
Creí despertarme entre mucha confusión, todo en la habitación se me desdibujaba, las paredes parecían deshilacharse, y el calor, la energía abrazándolo todo. Mi cabeza mintiendo, delirando figuras y fantasmas del pasado.
Entonces, cuando todo parecía explotar en mi, comprendí que tenía que abrir los ojos. Lo hice y me vi tendida en la misma cama, aunque el mundo a mi alrededor continuaba igual que antes de dormirme... la carta en el piso, junto con el boligrafo negro. Nada se deshacía a mi alrededor. Entonces recordé a Ana y me moví rápido. Había perdido demasiado tiempo. Miré el reloj. Las doce y media. Tenía poco tiempo para llegar a la obra social.
En el colectivo leí la carta que le había escrito al Capitán y decidí tirarla por la ventanilla. Era demasiado drástica, lo preocuparía demasiado. La situación lo ameritaba, claro, pero yo sabía que la carta tenía algo más que la intención de avisarle... yo quería que volviera y estaba casi aprovechando la situación para exigírselo, por mi y no por Ana. Y Ana es la prioridad, siempre lo fue. Ella es la razón por la que seguí tanto tiempo esperando al Capitán Insaciable, ella es lo que terminó por unirnos para siempre, por la fatalidad.
Y ahora Ana estaba en perfecto peligro y yo pensando...
No hubo problemas en la obra social. Aprobaron los certificados y caminé a la farmacia a comprar los medicamentos para aquél. Luego volví al hospital.
Me dijeron que todavía no podía ver a Ana.
Aquel estaba sentado en la sala de espera (que de hecho era un pasillo mal iluminado en el cual las sombras se alargaban palpitantes y nerviosas bajo las lamparas que colgaban del techo) y tenia el cuello vendado y el brazo enrojecido. Lo miré por primera vez, nunca le había dado esa oportunidad. Me senté a su lado y lo miré. Le tendí los medicamentos que había comprado. Parecía tan cansado, tan absolutamente azotado por la vida. Las últimas veinticuatro horas habrían sido aún peores para él que para mi. Él ni siquiera me miraba. No parecía oportuno hablarle, tampoco. Después de todo esto él merecería un mejor trato, una nueva bienvenida. En momentos así uno ve lo idiota de las acciones cotidianas, lo insensato, porque él la quería bien a Ana, aunque le llevara tantos años, aunque a veces ella se preocupara tanto por él.. Ni el Capitán ni yo eramos ejemplo de moral como para andar juzgando a aquel hombre. Y aquel, que parecía atormentado por alguna imagen en su cabeza, se recostó entre lágrimas en mi regazo, de pronto, cayó en todo su peso sobre mi. No pude más que conmoverme, comprenderlo y conmoverme. Y fui su madre por unos segundos.
Quería preguntarle que había pasado. Podía imaginarlos corriendo por la habitación intentando escapar del asesino invisible que bailara por doquier a su alrededor, lamiéndolos despacio, regocijándose. Y así quedé mirando la pared blanca del hospital que siempre detesté.
Él se irguió en su silla con la cara larga y pálida, con las ojeras y las vendas. Yo no supe que hacer, me avergonzaba estar ahí sola con aquel hombre al cual había rechazado tanto, sin disimulo, sin siquiera pensar en que algún día... Seguramente su cabeza sería un tormento.
Una multitud de médicos pasó frente a nosotros, rompiendo el silencio penetrante del pasillo. Hablaban rápido, discutían. Ni siquiera nos miraron. Desaparecieron tras la puerta más distante.
Entonces, yo, que no podía pensar, cometí una idiotez inexplicable: le ofrecí un cigarrillo. Eso. Le mostré la caja de cigarrillos y la vi reflejada en sus lentes cuadrados, tras los cuales sus ojos se endurecieron amargamente. Volvió la mirada al piso y yo estuve sosteniendo los condenados cigarros en su cara por un rato, hasta que pude moverme y le pedí disculpas. Me levanté y me retiré.
Encendí un cigarro a dos cuadras del hospital. Era increíble como mi atención recaía inevitablemente en la brasa encendida, y veía el tabaco y el papel en combustión... y luego las cenizas... todo convertido en cenizas. Entonces empecé a entender lo jodida que estaba mi mente enajenada, viciada. Luego recordé que estaba prohibido fumar en el hospital, eso es algo que todos saben. Hubiera servido tener en cuenta la norma, para ahorrar problemas, al menos en este caso.
Ana en la cama de un hospital, aquel milagrosamente condenado a la espera, y yo parada en una esquina, viviendo la situación como si la estuviera observando, pensando en el Capitán mientras el sol abrazaba a todos los transeúntes, incinerándolos lentamente...


(Iba caminando entre los autos al ver
la tempestad de gestos.
No sé bien que fue,
los rostros de la gente deshaciéndose
y el sol... les barría la cara.

Caminaban hacia muy distintos sitios
sin ojos para ver.
Estaban desnudos
y no lo podían creer
no lo pueden creer
no lo quieren creer
o no... simplemente,
no lo entienden.)

Ana despertó cuatro días después. Su cara había sufrido algunos daños graves, pero seguía siendo ella. Aquél parecía haber recobrado la luz cuando la vio con los ojos abiertos. Ella no recordaba nada y yo ni siquiera me atrevía a dirigirme a aquél, asique seguía sin saber...
Esa misma tarde le escribí (al fin) al Capitán.



ººº



Nos encierra este cuerpo que nos guarda, este tiempo que no aguarda,
caminamos y no nos decimos nada, no hacemos nada
de no poder crear nada nuevo por el mundo
que en un segundo
perecerá.


ººº




-Él se pasó la vida armando estructuras en la cabeza de ella, estructuras que después dejó vacías a la luz del abandono. Hablo de todo eso que se forma en la cabeza de un ser humano cuando se habitúa a vivir la vida al lado de otra persona. Porque la necesidad no es algo que ella simplemente se formuló en su cabeza de un día para el otro. Quiero decir, es un proceso de mimesis o, mejor aún, de síntesis. Supongo que en un primer momento el señor G. habría experimentado la necesidad sincera de hacerle notar a su cónyuge los sentimientos que él creía tener hacia ella, el amor, los proyectos... todo esto habrá sido explícito y habrá estado cargado de intenciones reales... Más luego, él se habrá vuelto consciente de la cantidad de promesas que había hecho trivialmente y en el marco del extásis generado por el amor que se comparte en los primeros tiempos de relación (ese amor que parece eterno e inmutable pero que, como todo, fue perdiendo su fortaleza). Al caer en la cuenta de que él había firmado un contrato tácito de por vida con aquella mujer, que implicaba verla, contenerla, sostenerla y cuidarla, él se habrá sentido agobiado al punto de no poder tolerarlo.
Por eso él actuaba de ese modo, Oficial. Y las dichosas estructuras quedaron grabadas en la cabeza de ella, que continuó aferrada a esa imagen del pasado en la que ellos parecían amarse incondicionalmente, hasta en las peores bajezas. No crea que fue fácil para ella, verse tan desequilibrada, sentirse irremediablemente enferma, culpándose por su impaciencia, sintiéndose sola aunque su madre la acompañara como podía. Ella solo lo necesitaba a él. Y el señor G. solo le demostraba desinterés. Era tan claro desde afuera. Él apenas la miraba a los ojos, la esquivaba lo más que podía. Ella era un manojo de amor, siempre dispuesta y sonriente, como pidiéndole perdón y como creyendo que no se notaba, que él no veía su desesperación, su súplica. Los mismos testimonios de su madre confirman que la relación estaba demasiado afilada, al borde del borde mismo.
Además vivían en ese departamento donde todo se escuchaba... había un bebé al lado que no paraba de llorar... imaginese eso taladrando la cabeza de aquella mujer desesperada, figurese las noches esperando a que él volviera de quien sabe donde.

El Oficial dijo algo sobre los valores de antes y se reclinó hacia atrás en su silla enorme y rechinante, acariciándose el estómago. Me miró fijo y yo mantuve la mirada firme hasta que la apartó. Entonces me preguntó si conocía al padre de la chica, y le dije que no, que hacía años que...
Alguien golpeó tres veces la puerta del despacho. El Oficial la abrió y dejó entrar a un hombre de traje con el que intercambió algunas palabras. Era evidentemente un funcionario público. Hablaron de una enfermedad que habrían traído al país unos turistas europeos. El oficial balbuceó algunas palabras evasivas antes de decirle al hombre que lo llamaría luego.
-No sé que piensa, oficial- dije, antes de que él pudiera seguir haciéndome preguntas-. Creo que usted entenderá que yo prefería estar lejos de toda aquella situación. Había mucha oscuridad, muchos años de silencio entre esas personas. Esa noche solo pude llamar a Memé y avisarle. Fue bastante dificil decirle a Memé lo que había ocurrido con su hija, le agarró un ataque de nervios.
Ana no estaba bien, es todo lo que sé y si se lo conté es porque a esta altura... Lo demás, pregúnteselo al Señor G. Él estuvo allí.

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El señor G. había llegado tarde esa noche a su casa. Más tarde que de costumbre, más aún cuando la costumbre era llegar tarde.


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- Me pregunto cuanto de lo que hay en mi es definitivo.


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Creo oir tu voz cantando bajito un tango que no conozco
creo oir tu voz en todos los silencios
cantando bajito
susurrando palabras que invento
o que pronunciás solo para mi
o que se diluyen en mis entrañas
como un vapor ardiente adhiriéndose a todo lo que soy
y envolviéndome los ojos
como un espejo empañado
no he sentido nada más real

no he sentido.

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El capitán insaciable acomodó su escritorio que se había movido varios metros dentro de su camarote hacía ya unos días. Él lo había notado, claro, pero no parecía preocuparle. Sin embargo, aquel día era impostergable la necesidad de escribir. Había estado todo el día pensando. Se sentó frente al escritorio en la silla de madera que tenía una pata unos pocos centímetros más corta que las demás, por lo cual se movía un poco, inestable. Levantó un cuaderno grande que estaba tirado en el piso y en cuya portada azul se leía Magister Navis. Él mismo lo había escrito en algún momento con tinta roja.
Lo abrió y en la hoja trescientos cincuenta y cuatro garabateó:

La jornada fue tranquila, aunque el cielo nublado se quejó antes de que dieran las 3 pm, lo cual nos inquietó un poco.
Pienso que pienso todo el tiempo. Ese es el problema. Que no se malinterprete. Pensar no está mal. El problema es que pienso tanto que tengo que aprender a controlarlo. Tengo que encausar ese incansable emanar de ideas. Tengo que pensar en cosas que me sirvan. En mi. En lo mucho que puedo crear si aprendo a relacionar coherentemente estas imágenes. Tengo que permitirme estar seguro de que esa capacidad es alucinante en vez de dudar constantemente de mis razonamientos. Tengo el asombroso privilegio de viajar hacia las estrellas. Eso es amor.
Allá donde todo lo que pienso es real hay cosas que nadie imaginaría, cosas que nadie se atrevería. Allá está todo y mis sentidos bailan. Allá soy todo y mis sentidos bailan. Soy Música y soy Literatura, soy Teatro, soy Circo y Magia, soy lo peor y lo mejor de este condenado mundo y hasta soy feliz. A veces traslado y magnifico cosas de acá, las envío a ese mundo que soy, pongo todas mis esperanzas en las personas enfermas que me rodean por doquier y me concentro solo en delirarlos, allá, donde no puedo parar, allá, donde todo es real y posible, allá los puedo delirar en todos sus matices, inventarlos gloriosos o cálidamente mediocres. Allá, en ese mar turbulento, es donde amo hasta la locura, me revuelco entre los cuerpos, me sambuyo en las mentes, las veo. Y acá mantengo un comportamiento adecuado, ligeramente salido de las casillas, pero nada extraño, nada que se salga de lo normal. Todos entienden que lo adecuado siempre es saltarse alguna regla.
Creo que tengo una profunda sensación de pequeñez, de ser un infante todavía. No disocio entre momentos tan lejanos de la infancia (como sea, mi casa en un barrio soleado, la gente caminando, los chicos de la cuadra, los perros, las condiciones familiares de algunos vecinos...) de lo que pasa hoy (las calles del mundo, el mar, Memé, Ana, los amigos, el sexo, los repuestos descartables para la máquina afeitadora, las complejas condiciones familiares de todos). Las cosas serias, los errores.
Digo, algún quiebre tuvo que haber existido ¿Que es lo que mantiene esa continuidad? ¿Que clase de motor insoslayable con la capacidad de generar todo un entramado de sensaciones y reflexiones en base a instantes ni siquiera existidos se esconde detrás de eso que alguien nombró memoria?
Creo que mi inventario emocional está zurcado por componentes tanto reales como ideados, trazado por impresiones y por ideas, suposiciones, sospechas, como enlazadas por un ente hilvanador que merodea sobre los momentos y los elige y los exalta hasta convertirlos en recuerdos, dejando en el olvido una multitud de vivencias. ¿Como continuar ahora que sé que mi cabeza quizás me robe lo que estoy viviendo? ¿Como saber si en este momento no soy más que un instante olvidado?
Me pregunto cuanto de lo que hay en mi es definitivo.

1
2
3

Le conté a Galeno que había soñado con él la noche anterior. Él pareció no inmutarse. Quizás ni siquiera me escuchaba. Pero no pude contenerme. Me sentía hervir, afiebrada. Primero me había despertado inquieta luego de soñar todo mi cuerpo cubierto de garrapatas que estaban prendidas a mi.
Había vuelto a dormirme una hora después.

Estaba sentada en un paredón de piedra. Era de noche. De pronto, sentía las manos de Galeno haciendo presión en mi cuello, en mi boca y en mi nariz. Me estaba asfixiando. Entonces, él se aferraba a mi con mucha fuerza, como una garrapata y me arrojaba con él a una especie de lago oscuro. Recuerdo haber visto la luz del sol alejándose mientras nuestros cuerpos se hundían en esa masa negra. En algún momento tocamos fondo. En realidad, su espalda tocó fondo mientras yo intentaba liberarme. Me ahogaba, podía sentir la desesperación de la asfixia, pero aunque intentara con todas mis energías, él parecía tener más poder sobre mi que yo misma, su cuerpo me abarcaba, me sostenía con firmeza, me obligaba.

-Entonces abrí los ojos aún sintiéndome sin aire- le dije-. Intenté levantarme de la cama y no pude. Seguía asfixiándome. Quería gritar y mis cuerdas vocales no respondían. Lo intenté de nuevo y empecé a sentir que me hundía en ella. Tuve que convencerme de que no era más que un sueño para al fin poder sentarme en la cama, sofocada, llorando, ahogando el llanto en mis manos. Después, fui a la cocina por un vaso de agua. Volví y me senté en la cama junto a vos, que roncabas.

Galeno no me contestó, ni siquiera me miró. Era tan extraño verlo, saber que todo andaba mal, que necesitaba dejar de necesitarlo porque estaba perdiéndome. Entonces, él se puso un saco gris que usaba siempre desde hacía unos meses. Abrió la puerta, y antes de salir se quedó parado un instante, dándome la espalda.
-Esto ya no sirve- dijo y salió.
Cerró la puerta ruidosamente. El golpe despertó al bebé del departamento contiguo, que inmediatamente empezó a llorar. Sentí una tensión a la altura de las sienes.

El señor Galeno llegó tarde esa noche a casa. Más tarde que de costumbre, más aún cuando la costumbre era llegar tarde.

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desde la soledad del claustro espera con la mirada tranquila.

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Mi vieja nació en España en el '61. En esa época las movilizaciones de oposición a la dictadura de Franco que organizaban los trabajadores y estudiantes que estaban pagando con su sudor las consecuencias del Régimen. Las medidas del gobierno perjudicaban directamente a mucha gente, y para variar los que más las sufrían eran las clases bajas. Por eso mis abuelos y mi madre recién nacida se subieron a la oleada migratoria. Familias enteras marchaban a distintos países de Europa buscando empleo y educación para sus hijos. Pero ellos hicieron justo lo contrario. Tiempo antes, en el '51, un hermano de mi abuelo había escapado clandestinamente con su familia a Venezuela a aprovechar los puestos de trabajo que ofrecía la industria del petroleo. Así que la familia de Memé viajó a Venezuela para reunirse con los suyos, aunque mi abuela no estuviera de acuerdo, aunque a mi abuelo le gustara tanto el vino y perdiera los estribos con frecuencia. Ahí es que Memé pasó sus primeros años de vida entre boleros y orquestas de baile, ritmos afrolatinos, una democracia joven que se afianzaba luego de la última y bien derrocada dictadura.
Mi madre cumplía seis años en julio de 67, en Caracas a pleno festejo por su aniversario número 400. Las calles habían sido decoradas especialmente para la fecha. Nadie esperaba lo que ocurrió: El mundo se sacudió a sí mismo en un movimiento sísmico con una intensidad de 6.7 en la escala de Ritcher. Entre calles destruidas, mi madre me contó que corrió sin parar aún cuando habia terminado el terremoto.
Ese mismo año mis abuelos se separaron... Galeno, ¿Sabes que ese mismo año mataron al Che?
-No me acordaba- contestó Galeno.
-Con casi siete años Memé ya estaba partiendo a su tercer destino de la mano de su madre. Y ese destino no era otro que Buenos Aires. Se fueron sin más, mientras mi abuelo trabajaba o bebía en el bar. Memé no supo decirme...
Y Buenos Aires las esperaba entre conventillo y puerto, durante la presidencia de Frondizi, y mi abuela consiguió trabajo de preceptora en una escuela normal de la capital. Mi vieja vivio su pubertad entre docentes, escuchó hablar por primera vez del peronismo cuando su madre oculto a una compañera de trabajo durante dos semanas en la pequeña habitacion donde vivían.
Memé conoció al Capitan Insaciable cuando tenia quince o dieciseis años y volvia preocupada del supermercado donde trabajaba porque se le habia roto un boton del escote. El señor caminaba mirando las esquinas, buscando alguna pebeta cuyos servicios no le costaran el sueldo del dia. Y eso me lo dijo el, porque a mi madre le es imposible decir en voz alta que el Capitan...

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Hay algunas personas que se sienten observadas todo el tiempo. Están encerradas en un laberinto de espejos que reflejan las culpas que se hechan a si mismas. Las ven en todo lo que las rodea, acusándolas, abusándolas ¿Cómo te sentís hoy, Memé? Pobre pequeña Memé. ¿Sos como esas personas, Memé? ¿Cuan lejos te querés ir? ¡Levantá a quienes dejaste caer! Si, Memé, hacete responsable de tu castigo, también. No fui solo yo quien construyó el laberinto. Mirame ¡Estoy en todos los reflejos! En todos los reflejos de todos los patéticos espejos del laberinto en el que vivimos, perdidos. De repente me tiembla el pulso. Veo un poco borroso, últimamente, Memé, y tengo las piernas cansadas… y el mar me queda inmenso, eterno, y me da terror. Estoy viejo. Y no pertenezco a ningún lado. Quizás nadie. Nadie que conozca pertenece a ningún lado. Paso mucho tiempo adentro mío, en una suerte de dialogo entre mis valores y mis creencias, entre lo que siento y lo que sentí en el pasado. Y me estoy desesperando, Memé. Quizas necesite pisar tierra firme...





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-No hay que alertar a la población, todavía. Veremos cuantos días podemos estirar la situación. Mientras tanto, manténganme al tanto de la información que manden los laboratorios.

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"...Si no soy yo ¿Quien? Si no es ahora ¿Cuando?..."
Ana se despertó encandilada, como naciendo. Primero no reconoció los objetos que la rodeaban. Percibía un tumulto de materia amorfa arremolinándose a su alrededor ante sus ojos nublados.
-Ana- escuchó, y el rostro de Memé se asomó definiéndose entre las nubes. Y era como nacer.
Sonrió un poco, pero requirió demasiado esfuerzo y sintió nauseas. Entonces miró el techo resquebrajado por la humedad, sintió cálidas las sábanas blancas en las que estaba envuelta.
-Ana- escuchó a Memé, pero estaba demasiado confundida. No sabía donde estaba. Se reconoció a sí misma al sentir el roce de la tela acariciando sus pies desnudos. Se sintió muy cansada, su cabeza acomodada sobre la almohada, su nariz asomándose un poco entre sus ojos. Intentó mover su brazo izquierdo y sintió un lejano e inesperado dolor, primero en el brazo, después en el rostro. Vio entonces una bolsa de plástico colgando de una especie de perchero de metal, del cual salía una manguera que llegaba hasta su mano en la cual se hundía una aguja.
-¿Que...?

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,
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Ana se iba a sentar sobre el regazo del Capitán, que había armado sus valijas procurando hacer el máximo silencio posible en la habitación que compartía con Memé, que salió minutos antes a casa de una amiga suya que no vivía cerca. Ana dormía una siesta cuando su padre la despertó sacudiendo su hombro suavemente. Entonces, él le indicó que necesitaba verla en la cocina, donde luego la esperó sentado en la silla que habitualmente ocupaba y que estaba acomodada en la punta de la mesa. Y, entonces, Ana se sentó sobre su regazo.
-Anita, hay gente que te va a decir que no podés hacer muchas cosas- dijo, mirándola a los ojos-. No les creas. Vos podés hacer todo en esta vida, mientras la vivas.
Ana se sorprendió un poco, y le juró que no les creería mientras se sacudía el agua del sueño.

Porque me dijo eso, adonde te fuiste, las cosas se pusieron muy difíciles por tu culpa. Lloré tu partida y no entendí, porque era chica y no entendí que la vida era una basura, y que tu consejo te lo podías guardar, porque no me sirvió de nada, porque nos dejaste igual, y mamá se tuvo que hacer cargo de mí y me cobró a mi tus cuentas pendientes. Capitán, acéfalo irresponsable, hasta Galeno me quiso mejor que vos. Si pudiera perdonarte, al menos intentaría entenderte. Pero en vos, como en todos, ganó el espíritu dolorido, el orgullo vejado, pobre viejo cobarde, nunca pudiste con tu vida, y te fuiste hundiendo con tu barco que estaba destinado al naufragio. Tu ambición te despojó de todo. Pensé que eras más inteligente. ¿Nunca te diste cuenta de que no podés abarcar al mundo aunque te embarques en él? Ahora me voy, me mato si hace falta, por vos, por Galeno, por Mamá, por todos los amigos que no existieron nunca. Por mi.

- No les creas. Vos podés hacer todo en esta vida, mientras la vivas- dijo, mirándola a los ojos, y se fue.

Y yo no me fui porque estuviera cansado, porque las odiara, porque no las quisiera... yo me fui porque las amaba demasiado, las necesitaba tanto que estaba dispuesto a obligarlas a quedarse conmigo para siempre, por toda la eternidad. Nunca me dolió tanto el cuerpo como entonces, la carne que me contiene y después de la cual no existo... quería destruir los tejidos que me encierran y que me separaban del mundo, y quería descocer al mundo, traspasarlo furiosamente con mi alma hasta alcanzar su ser, y ser uno con ellas. Y sabía que eso me estaba enfermando, que hasta el amor alcanza sus límites más enfermos, más imposibles. Y me odiaba por querer condenarlas a mi... porque ellas existían solo para mi, en función de mi, solo si yo las pensaba, si yo las poseía.

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La tormenta estaba sacudiendo la embarcación, implacable, la sujetaba entre sus garras. Sobre la cubierta bailaba el agua con la muerte un vals precipitado. El capitán tomó el manubrio con fuerza y lo sintió chirriar estruendosamente, como un tritón enojado. Se adentró aún más en la tormenta.
Viró hacia el infinito.

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Ana estaba todavía en el hospital cuando anunciaron el estado de cuarentena. Galeno había salido a comprar un libro para ella y ahora estaba parado en la puerta, mirando el edificio como sin mirarlo, esperando quizás postergar el momento lo más que pudiera, detenido.
A través de los vidrios se veía a los guardias forcejear con algunas personas que insistían en salir. Adentro, una señora abogada exigía explicaciones, un hombre lloraba y dos hermanos se miraban sin comprender. La gente respiraba muerte y reaccionaba de las maneras más diversas. Ana esperaba en su habitación, dormida.

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Sólo ahora entiendo porque la humanidad ha inventado tantas historias para evadirse. La muerte es una sombra densa y nos corre en las venas, vivimos con ella, latente, potencial. Pasan los días y todavía no encuentro sentido en esta vida. No sé si existe un momento para verse, para entender este constante devenir, esta vida que se recicla en cada pequeño instante, como amaneciendo en escalas que se amontonan hasta crear el día, hasta crear la noche. El sol nace y muere en cada partícula que nos hace, espacio y tiempo son metáforas hermosas y aterradoras. El amor es otro cuento maravilloso, un objetivo inalcanzable como todos los sueños, el camino hacia él transforma de tal modo que ya no significa nada cuando al fin se alcanza, cuando tiene nombre y se llamaba Amor. Y sin embargo quiero esa gloriosa sensación que conlleva un cambio esperado. Exacto, al menos eso. Esa sensación de estar parado con semejante firmeza que ya no importa, que ahora el techo está más arriba. Aún le tengo miedo a las alturas. Esa sensación desabrida que tiene uno cuando obtiene algo que deseaba con mucha fuerza.
No puedo negar este terrible miedo. El mundo se abre vertiginoso en mi cabeza que lo inventa como un mar turbulento a altas horas de la noche, con olas gigantes y espuma blanca arremolinándose en el agua oscura. El cielo aplastante todo lleno de estrellas. Pienso en los miles de inventos que colecciona el hombre, todos reducidos a la soledad enclaustrada en cada mente… al fin y al cabo no importa que haya ahí afuera porque solo sabemos inventarlo, y aunque algo realmente exista, no lo podríamos sentir… Porque este mundo está pegado a mí, y sólo fuera de él podría verme, verme participando en lo que soy. Preguntas viejas si las hay, todas las que puedo hacer ya fueron hechas en el mundo, en mi cabeza-mundo, en mi cuerpo que es todo lo que lo acompaña, que es infinito, que se extiende hasta los límites de la existencia misma, hasta el último milímetro de existencia material o imaginada. No se puede salir de este hoy tan cargado de historias que evaden.
¿Qué es lo que se supone que tengo que decir? No sé ni cómo hablar. No sé actuar. Mi comedia es mediocre como lo es un sueño venido a menos. Imposible. Si pudieras verme ahora, pero no podes. Ojos gastados por la costumbre, de tanto verme, de tanto saber que no me gusta mostrarme. No sé como mostrarme. Soy demasiado torpe.
Quizás necesito fuerzas que estén fuera de mí, que me sostengan desde el exterior, desde un espacio exterior al espacio que habito. Acá donde estoy hasta la verdad aprendió a ser mentira, justo cuando la mentira se aburría de hacerse creer verdad. Justo cuando empezó a ser necesario ser veraz para ser el mejor mentiroso.
Estoy muy cansado pero todavía no puedo dormir. Hay algo en esta casa que me da alergia. La noche me pica. Las reglas de la gente no me complacen y estoy tan deprimido como un precipicio, como atajado y saliendo, eso espero, porque caí durante mucho tiempo antes de empezar el ascenso.
(Y de nuevo el agua oscura y verde, burbujeante y humeante como un caldo donde flotan cuerpos sudados, muy limpios y desnudos, puros, pudriéndose en un hedor insostenible, los poros cerrados e hinchados, parecen hechos de goma. Los ojos de pez, abiertos, sin párpado, brillan opacos como una gallina pelada siendo hervida en ese brebaje venenoso. El estanque, ese mar turbulento a altas horas de la noche, es ahí donde queda la mayoría, quizás yo mismo esté ahí desde siempre y por siempre y aún no me haya dado cuenta. Yo mismo, quizás aún no me reconozca. Cuan fuera de mi estoy, todo fuera de mi, hablo desde el interior de mi mismo, que no es mi inconsciente pues eso es solo una parte de mi, una abstracción inútil, y se trata más bien de mi existencia, de mi condición óntica, del ojo que desde sí mismo se ve existir en muchas y muy distintas condiciones accidentales que se amontonan, entran y salen como dentro de una regularidad, dentro de un “espacio constante” que no soy más que yo, o mi alma pelada, mi alma flotando como una gallina desplumada en aguas que burbujean y liberan vapores, mi alma pura y desnuda, pudriéndose en un hedor insostenible, con ojos de pez, muy abiertos y sin párpado, espiándome sin interés, no alterándose ante mis modos de vivir. Me duele esa propia indiferencia, esa barrera que hay entre lo que soy, a secas y sin meditaciones, y el modo en el que soy. Esta idea me hace sentir lejos de mí, significaría que no puedo me puedo percibir (fuera de lo que invento, aún todo esto…)
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Acá hay gente viviendo, respirando este mismo aire en otros puntos del espacio que tengo en común con ellos, gente que no conoce ni mi nombre ni mis ideas. Pero eso no importa. No existo en ellos ¿O si?
Hay gente sintiendo, gente entregada hasta la fatalidad a su mundo, gente que no encuentra ni busca una salida. Hay amigos, parejas,padres, hermanos, hay noches de vacío. Eso es lo que veo cada vez que me encuentro frente a una persona y la miro a la cara. Y hay una sensación de que eso es lo único que existe en la tierra, de que nos debemos a lo que nos toca y no a lo que elegimos.
Cuando estoy envuelto por mi mismo, envuelto desde adentro, me vuelvo incapaz de ver que podría estar haciendo cualquier cosa. Podría no estar ahogándome en mis certezas, odiando todo lo que puede parecer necesario o definitivo en mi vida.
Podría no amar a quienes amo, podría amar a otros, navegarme desde otras perspectivas. Desde la tormenta, desde el infinito. Podría hasta optar por creer en Dios, en el Destino, podría preparar mi alma para mi próximo cuerpo, mi próximo comienzo en la eternidad. Podría hacer la revolución en nombre de otra idea emancipadora o ser el asesino
más sanguinario que la humanidad haya visto en nombre de esa misma idea.
Me gustaría trotar el mundo hasta morirlo con el viento despejándome la cara en algún lugar que signifique inmensidad, haber amado mucho y haber tenido la mente fresca, clara como el amanecer que me despide ahora regalándome una posteridad que aún no creo que exista pero a la cual me entregaré como tirándome al vacío, como adentrándome en la tormenta.