viernes, 6 de noviembre de 2009

Viento (Nota de bondi)

Y te sentás cansado justo junto a la ventana, pero tratás de reparar con tu brazo la penetrante ráfaga helada, tan imponente golpe, brisa colmada de dolor.
Usurpa tu clandestinidad leyendo tu alma, llevándose tus lágrimas y abusando de ellas. Desesperás porque no hay máscara o furia que esa ráfaga urbana no pueda violar, como una llave maestra. Es que al profanar tu alma es justamente eso lo primero que se adjudica, tu llave. Y te encierra y te hace suyo, y te condena a pertenecerle, a perder tu individualidad e incluso a necesitarle. A necesitar de su frío apuñalante y a disfrutarla si logra leerte, destrozándote placenteramente, seduciéndote con su interesante libertad, contándote con palabras hermosas de sus aventuras por esquinas olvidadas y callejones estrechos. Esa ráfaga leve como una caricia de muerte, que entra por las rendijas al cofre de tu dulzura y tu fragilidad para liberarlos y tomarte vulnerable.
Me detiene a su merced para abofetearme la cara y llenarme de amor y de calidez, cuando luego se lo lleva todo y vacía mis ojos dejándome sin sentido, inventando un nuevo Norte en mi brújula para desorientarme. El aliento de vida se escucha leve en lo profundo de mis pulmones y agoniza.
Quiero que baje un poco de luz de las estrellas para calentar mi oscuridad, cubrirla un poco. Pero no hay tal luz y mi consuelo es la rigidez de lo artificial brillando en el techo, mentira y felicidad de lo ficticio, que se regocija y se ríe de mi soledad.
Mentira es mi pasado, el sexo y la droga, mentira es el rebaño fraternal y mentira es mi existencia tanto como la tuya.
Yo soy uno, por siempre lejos, por siempre cicatrizando pero nunca del todo.
Yo soy feliz, feliz en mi sufrimiento, feliz en mis excusas y en mi ceguera.
Feliz en la acostumbrada falacia cotidiana de filantropía barata y autocompasión.
Feliz... auto engaño, che.