jueves, 23 de agosto de 2012

preámbulo para morir

Y ahora que lo pienso- hormiga laboriosa- hay una cierta impunidad en todo esto que me insentiva a no parar.
La vida me sabe a desencanto. Me encantaría que supiera a frutas. Pero sabe a desencanto. No confío en quienes me decepcionaron, de hecho los siento (a ellos, todos) como una alarma de mis propias renuncias, como una urgencia en mi cabeza demandándome orden, prolijidad, completitud. Lo más trágico es que ya hace tiempo aprendí a convivir con mis demonios, son normales. Si una tarde se me repiten nombres o rostros en la cabeza, rodeados de humo y voluptuosidad,  solo me dispongo a sufrir un rato hasta lograr sacarme la idea. Matar a la idea.
Empecemos por Ágata, cuya traición es imperdonable. Es imperdonable porque yo le di todo de mi, le regalé todo lo que mi virtud pudo crear, le enseñé todos mis trucos, compartí con ella todo mi dolor. Me entregué en cuerpo y alma y ella solo supo humillarme. Yo sé, porque lo ví un día en sus ojos, que ella empezó a sentirse mejor que yo. Yo le mostré mi humanidad, resigne su admiración platónica en pos de una relación más profunda y afianzada, quise que viera que yo también yerro, quise poner a prueba la profundidad de su amor. Pero eligió ver en mi la miseria, avergonzarse de mi como quien se averguenza de sí mismo, y estoy seguro de que reflejó en mis facciones todo el patetismo del Hombre. Y sintió piedad de mi.
Asi fue que un día dejó de quererme. Tuve que tolerar verla del brazo con hombres de mi confianza, primero, y luego con hombres cuya admiración yo estimaba y deseaba. La vi ganar terreno en mi vida pero no pude reaccionar. Solo supe recluírme, alimenté a los demonios infértiles de mi mente durante meses. Caí en una depresión profunda.  Solo veía luz en mi anciana madre cuya dulce ingenuidad me protegía de mi locura. Su muerte fue un golpe demasiado fuerte, demasiado insoportable, y fue ahí donde decidí empezar con esto.
Si Ágata hubiera vuelto antes a buscarme como lo hizo, la historia hubiera sido muy distinta y yo no estaría escribiendo esto. Porque ahora es demasiado tarde y ya no necesito de su reconocimiento ni de su consentimiento. Ahora ya no le creo. No soy un hombre rencoroso, pero nadie podría tener la vista limpia luego de tantos meses en una fosa tan oscura como la que se fue construyendo dentro de mi. Tuve que armarme de fuerzas y coraje para no perder el apetito, para mantener mis negocios, para relacionarme con la gente. Tuve que reponerme solo y a ella no le importó pavonearse dejando su perfume penetrante y escandaloso en cada uno de los lugares que frecuento. Confieso que estuve muy cerca de mudarme a alguno de los países cercanos solo para perderle el rastro y olvidar mi obsesión. No soy un hombre rencoroso, pero mi amor se pudrió en mis entrañas y engendró a este ser en el que me he convertido. Abusó de mi bondad al punto de estropearme.
Un día lluvioso tocó la puerta de mi casa y entró diciendo que necesitaba hablar conmigo. La ama de llaves llamó a mi despacho y me dio aviso de su visita. Recuerdo sentir que mis ojos quemaban desorbitados mientras me hundía en el respaldo y mis manos estrangulaban los apoyabrazos. Tuve un ataque de euforia. La recibí y fui amable y considerado cuando ella solicitó asilo entre sollozos y palabras de arrepentimiento. Sentí alivianarse toda mi aversión durante esos primeros instantes. Le ofrecí una cena abundante y deliciosa, abrí un vino que había guardado mi difunto padre durante décadas. Hicimos el amor en la alcohoba sin reparar en ruidos ni energía ni palabras.
Solo después, a la luz del alba, teniéndola en brazos otra vez, nuestros cuerpos desnudos, su perfume y el calor, la luz de una vela apagándose, solo después, decidí matarla.
Abrí su boca con los dedos y los introduje despacio, sintiendo el terciopelo de sus labios. Ella entreabrió los ojos, muy poco, y me miró y chupó los dedos con sensualidad. Su gesto me causó nauseas. Pensé en los hombres que habían gozado de su cuerpo en esos meses. Pensé en la tristeza profunda e injusta con la que ella había pagado mi generosidad, mi buena predisposición. La tomé con fuerza por las muñecas. Ella me miró confundida.



Solo algunas noches recuerdo. Es mejor pasar a la historia siendo Mozart que siendo Salieri.
Los venenos del alma adormecen el cuerpo, lo miran con desdén, y este engorda y se revuelca en su propios deshechos. No tengo fuerza para afrontar mi inmundicia, me averguenza mi prisión porque es la prisión más baja y ruín. La envidia, el rencor, los celos, el odio,
yo sé lo que es sentir todo eso. Por eso me siento bien entre los fantoches y los débiles. No soy mejor que ellos pero al menos tengo conciencia.  Todo aquél que se acerque a mi sentirá en su alma despertar una fuerza nueva, un fresco ímpetu por vivir y por mejorar, pues mi farsa más ensayada es la solidaridad y la comunión. Pero mi mente esta sucia y no queda nada puro en mi. No sé pararme frente a los Hermosos ni frente a los Señores,
prefiero serlos, aunque para ello tenga que codearme con los intrascendentes, con los vulgares y con los necios que ya se han entregado al sin sentido de sus vidas. Ellos, que pueden crecer tanto como puede crecer un anciano moribundo, me hacen lugar en sus mesas, entre sus seres queridos, me convidan de su vino y de su confianza, y aún mi mente los traiciona juzgándolos, regocijándome ante su simpleza dulcemente intrascendente.
Solo algunas noches recuerdo y entonces algo dentro de mi se desgarra. Son los monstruos que habitan mi cuerpo recibiendo su alimento, que son mis cavilaciones. Son parecidos a las hienas porque ríen, veneno del alma, alimañas, mueran de risa  de mi cuerpo que engorda y se revuelca en sus propios dehechos. Entonces grito y mi voz se amortaja, impía, ahogada por mi frustración ¿Quién me querrá salvar de mi mismo? ¿Acaso alguien querría comprometerse con una criatura que existe en carne viva?
Veo mis tejidos brillando, mi carne roja y comprimida está agazapada en una esquina del universo, la esquina más oscura y olvidada del universo vasto donde todo lo que me pase no es más que un olvido.
Me muevo al costado de las cosas, al costado de los hombres y de sus costumbres. Me arrastro y puedo sentir la fricción del suelo raspando mis genitales y arrancando la grasa que acumulé entre la decidia y la gula. No sangro porque mi sangre no corre sino que está quieta como mi vida tormentosa, detenida en esto que ya he aprendido a entender como un preámbulo para mi muerte. Todos los que me rodean pasean indiferentes viendo mi marcha hacia mi ocaso. La sociedad se maneja de esa manera. NADA puede detenerla y todo es bueno en tanto le sirva y la perpetúe. Son demasiados los compromisos que asumimos los hombres con el buen orden pues él sostiene lo que nos une con nuestros afectos, con nuestro pasado. Pero yo no tengo ni pasado ni afectos y por eso estoy al costado, por eso no me importa sacrificar al mundo. Siempre supe que no podría adaptarme. Desde que era un niño lo supe. Hay que olvidar muchas cosas, hacerse el idiota, hacer como que uno no se da cuenta de lo que realmente pasa para sostener semejante simulación colectiva y atenerse a los códigos y reir cuando hay que reir y usar ropas y firmar papeles. Trabajé años pretendiendo alcanzar el amor, la gloria, sumido en el absurdo que no es menos absurdo que lo que ahora me pasa pero que es inaudito para un hombre que no quiere esforzarse más por los demás ni por sí mismo, que no dá un céntimo por este mundo de fantasías.


Vuelvo a nacer.
De tanto reflexionar mis reflexiones se me aparecen burdas, vacías.
Puedo ver el retroceso - en mi existir
conservo algo de mis viejos tiempos
y el porvenir
es el concilio eterno entre mi cuerpo y mis sueños muertos
que se caen,
se desprenden.
Nunca aprendo.
Solo que ahora el pasado es una palabra perdida
y el futuro es una amenaza barroca
exhorbitante y retorcida
comedia de sí (de mi)
Vuelvo a nacer
Nazco de mi
Soy una ola rompiendo en las orillas
fundiéndome en mi origen
rompiendo con mi propio cuerpo
que  alucina toda esa creación
me siento inmenso.
Nazco de mi
entre los pliegues que se ocultan en cada estrella
asoma el movimiento de mi alma
precipitándose sobre las cosas y sobre los seres
es mi voz
que lleva las marcas que dejó el mar, mi pueblo natal,
 mi tropezón hacia un futuro que no debía llegar nunca y que todavía no llegó.
No llegó aquí donde todavía despertaba
a la madrugada
ángel de la guarda
en este cuarto desordenado
lleno de juguetes
los hermanos sean unidos;
No llegó aquí donde todavía no existía la noche  y donde todos los caminos conducían a casa
esa fortaleza eterna que existía más allá del tiempo y del espacio exterior.






Me pregunto cuanto
de lo que hay en mi
es definitivo.